¡Mamá, quiero ser artista! Parte 2

Lo primero que tenemos que hacer es ACEPTAR. Yo tardé 24 años en darme cuenta. Sí. En mi mente ser cantante llevaba connotaciones negativas: infantilismo, egocentrismo, poca seriedad, miedo a ser criticada… etc. Todos esos adjetivos con un único destino: pobreza. Y mirad que tuve la suerte de nacer en una familia que nunca, NUNCA, se juzgó esta profesión. De hecho, al contrario: me han apoyado y aplaudido en cada paso que he dado. 

¿Por qué tardé 24 años? os estaréis preguntando. Yo también me lo he preguntado millones de veces. Pero es sencillo. Siempre busqué una profesión que fuera aceptada por la sociedad, que “molara”. Quise ser veterinaria (como cualquier niño que ama a los animales y pide tener un perro día sí, día también), arqueóloga (después de ver Indiana Jones), paleontóloga (influencia de Juriassic Park que descarté al ver lo difícil que era memorizar los nombres de los dinosaurios a excepción del T-Rex), astronauta (Apolo XIII), inventora de robots (Stars Wars), etc., etc., etc. Cuando llegó el momento de decidir qué bachillerato iba a hacer, ser artista no estaba en mis planes y tenía que buscar una profesión que no me diera vergüenza decir en voz alta, que fuera respetada por mis compañeros (futuros abogados y economistas). Así que dije: periodista. Sí. Eso sonaba mejor que cantante o actriz. Periodista. Y me compré y recompré esta historia a mi misma durante años. Hice la carrera entera. Sí que es verdad que cuando se me mete algo entre ceja y ceja, lo hago sí o sí. Venga, periodismo. Durante la carrera aprobaba todo, algunas hasta con nota, pero eso sí: lo peor que me podían pedir era leer un periódico porque sentía cómo lentamente se me marchitaba el cerebro y el alma.

¡Atención! La carrera no fue una pérdida de tiempo. Fue el puente que tendió el Universo para que me conectara con mi verdadera esencia (¿WTF?). Me explico: el primer día de clase, me crucé con un anuncio de un casting, malamente colgado en un corcho maloliente de la cafetería, para un musical llamado West Side Story. Llevaba años estudiando canto (y ahora me pregunto: ¿si no quería ser cantante, por qué estudiaba? ¡Ajá! en los pequeños detalles está tu verdadera esencia), así que me presenté como cantante. Me hicieron cantar, bailar y actuar. Señores, ahora hablo en serio: lo que disfruté en esos 15 minutos de prueba (cantando, bailando, interpretando) no lo había disfrutado jamás. JAMÁS. Fue un flechazo brutal típico de las pelis románticas. Me enamoré. Me enamoré de mi yo artista.